Conferencia de Bruno Ceschel y Gonzalo Golpe en MUAC, invita HYDRA+FOTOLIRO.
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21/06/2016De metafórica expresión a traslucida comparación. Texto de Johanna Pérez Daza
¿Cómo podríamos definir la fotografía? Se parece a un discurso o, más bien, a una conversación. Es como un cuento corto que, a veces, deviene en una compleja novela, con personajes, relatos y subrelatos, historias dentro de otras historias y acciones inconclusas, congeladas en una fracción de segundo que, a la vez, siguen su curso sin pausa frente a incontables miradas. Se asemeja frecuentemente a un libro, pensado y desarrollado durante muchos años, con ideas fermentadas y reflexiones añejas, pero también a una breve nota de prensa, cuya inmediatez la condena a marchitarse y perecer en la inmensa montaña de desechos informativos. La fotografía, no deja de parecerse a una carta, cargada de sentimientos e intimidades, personal y desinhibida, con secreta nostalgia por el manuscrito y lo analógico. ¿Acaso es una bitácora, cronológicamente organizada, estructurada con fines precisos de los cuales no busca zafarse? ¿Sería descabellado pensarla como poesía o como cadáver exquisito? ¿Sátira, parodia o comedia?
Transitar expresiones metafóricas y comparaciones translucidas, alternar símiles y buscar puntos de encuentro, resultan un ejercicio desafiante y necesario. Las narrativas paralelas almacenadas en la fotografía pueden ser intencionadas o no, en clave de ficción o documental, lo que nos remite a Joan Fontcuberta, quien entiende que la imagen fotográfica, como cualquier otro producto humano, es una construcción, no una transcripción literal de la realidad. No es un testimonio objetivo, mecánico, sin intervención humana. Todo lo contrario. Es algo absolutamente subjetivo e interpretativo.
En el caso concreto de latinoamerica, la fotografía ha pasado de la descripción a la narración, a relatos de la experiencia humana que no son más que formas de aproximarnos a nuestra propia esencia desde lo visual y lo estético, sin obviar que las definiciones y caracterizaciones tienen sus riesgos y, en el caso de la fotografía, trampas inesperadas que alteran no solo las respuestas, sino también las preguntas.
El realismo mágico y las reflexiones sobre la soledad de América Latina magistralmente abordados por Gabriel García Márquez, nos ofrecen algunas vías para recorrer. El germen de nuestros relatos es la realidad misma, cargada de historias fascinantes, de personajes diversos y sobretodo de mucha imaginación, entendida como atajo ingenioso para transitar nuestros espacios en búsqueda de identidades ambivalentes y situaciones inverosímiles. En 1982, al recibir el Premio Nobel de literatura, el escritor colombiano se refería a nuestra realidad descomunal, ésa que “vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable… Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida.”
Tal vez sean, también, estas consideraciones sobre literatura latinoamericana las que nos permitan escudriñar nuestro discurso visual y nuestro lenguaje fotográfico. La realidad parece superar cualquier prodigio de la imaginación, nuestros instintos creativos beben la savia de lo cotidiano, lo inverosímil hace tropezar nuestras ideas, esas que brotan de una tierra tan fecunda como contradictoria, llena de búsquedas y desencuentros, en la que hay que esforzarse por todo menos para imaginar y soñar, pues éstos son ejercicios de sobrevivencia y resistencia.
En medio de esta convulsa realidad, el arte explora rutas y abre caminos. La fotografía, concretamente, traza un itinerario donde lo documental y lo artístico se cruzan, donde el registro es asumido no como reflejo presuntuosamente fidedigno, sino como impulso creativo y explosiva expresión. Así, los debates sobre la fotografía –y sus funciones- se cargan de posturas disímiles y enfoques antagónicos, que a veces la entronan y otras la profanan, banalizando el fin, exaltando los medios, y viceversa. Por eso, la obra fotográfica es, antes que nada, un cauteloso intento de re-conocimiento, cada vez más distante de ingenuidades. Por eso, acercarnos al trabajo “Neza York” del mexicano Fernando Manuel Escárcega Pérez (Fershow Escarcega) es adentrarnos en el relato latinoamericano, con sus referentes visuales, variedad cromática y fronteras culturales difusas. Un mosaico y un mercado, una realidad innata y otra fabricada, peculiaridades y montones, historias que copulan y engendran nuevas historias, ciudades que albergan dentro de sí otras ciudades.
Un trabajo de largo aliento (2008-2015), con saturación de colores, variedad de sujetos y tantas interpretaciones como miradas. Un discurso fotográfico construido por personas que, individual y colectivamente, evocan las consideraciones sobre la antropología de la imagen planteada por Hans Belting, recordándonos el indisoluble vínculo entre cuerpo, medio e imagen, pues como él afirma “el cuerpo es el arquetipo de las imágenes”. En este sentido, lo cuerpos fotografiados son repositorios de identidades múltiples; habitáculos de un modelo que imita y se reproduce, al mismo tiempo; un prototipo que desnuda el ideal y la inalcanzable perfección.
La puesta en escena desemboca en collage deliberado, arbitrario, diseñado a la medida de intereses que buscan persuadir y convencer, o simplemente mostrar como manifestación emancipada que exhibe y confronta. Así es Neza York, así es la fotografía, así es el arte: una forma de resistencia y una postura. ¿Es así Latinoamérica?
La obra de Fershow Escarcega expresa la creación de mundo propios, complejos, diversos, donde todo cuenta y todo cumple una función, recordándonos al fotógrafo holandés Erwin Olaf quien afirma que: “La vida trata de lo real, pero uno puede enriquecerla con los sueños. Me encanta recrear mi propio mundo de ensueño con historias que están por desvelar y cuyo final queda abierto, de manera que cada cual pueda inventar su propia historia”. Así, en Neza York lo asombroso está en la calle; lo extraordinario tropieza con la cotidianidad urbana; y el caos pasa desapercibido en estos espacios abiertos donde orden y desorden se camuflan mutuamente; los sujetos desnudan sus posturas y confrontan los estándares establecidos, los cánones caprichosamente aceptados como normales, correctos o típicos. Aquí, la expresión decanta en interpelación, no nos deja indiferentes, sino que secuestra la atención tomando como rehén nuestros imaginarios.
La ciudad se convierte en escenografía, un paisaje urbano con coloridos fondos y tatuajes de spray sobre cemento, como muestra de representaciones e hibridaciones. Construcciones, camiones, fachadas de metal, paredes, establecimientos comerciales, vías, parques mecánicos y almacenes, un inventario desglosado, ordenado y valorado a partir de su relación con la presencia humana.
Lo imprevisto toca lo real y, a la vez, crea relatos fantasiosos, en los cuales la metáfora de una ciudad (Neza York) es el espejismo de otra (Nueva Yok), y en cierto modo la identidad de ambas. La ciudad formal (Nezahualcóyotl, con 63.74 km² y una población de más de un millón de habitantes) resulta un punto intermedio, una coordenada precisa que nos ancla en un tiempo y contexto preciso, donde la historia tiene un toque de picardía y una herencia irrenunciable que, de vez en cuando, vuelve a interrogarse con voz profética y contundente vigencia:
Lo pregunto
Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso deveras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Poema de Nezahualcóyotl, (México, 1402 – 1472). Soberano chichimeca de Texcoco, de quien toma su nombre la ciudad mexicana.
Mira el Dossier completo de Neza York de Fernando Manuel Escárcega Pérez