SIN TÍTULO. UN TEXTO DE FUTURO MONCADA SOBRE LA VIOLENCIA EN MONTERREY
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Parece un cuento de hadas. Casi cada país tiene su bienal de arte. Algunos, dos, o más. Como Brasil – donde tiene lugar la Bienal de Mercosur, a nivel mundial, el evento con más artistas de los últimos tiempos (más de 400), y donde se abre un increíble edificio dedicado al arte (Casa Daros; con más de 11 mil metros cuadrados de área construida)-. Crece la Bienal de la Habana, de la que habló aquí Paloma Checa el pasado verano, en tamaño y en ventas, visibilizando la apertura política y comercial de la isla, asegurando la libertad artística de sus creadores. En la cita internacional de mayor prestigio, la Bienal de Venecia, participan artistas latinoamericanos en condiciones dignas. En resumen; los artistas del continente son capaces de mostrar su arte en sus países, o fuera, beneficiándose de una retribución adecuada, en igualdad de condiciones a un artista nacido en Nueva York, Londres o Tokio. El príncipe del cuento, el espectador, acude al baile de la mano de la cenicienta, la cultura, orgulloso, feliz, y despreocupado por el origen socio-económico de su sonriente pareja.
Efectivamente, todo es un cuento. Boicot de los artistas a la Bienal de Mercosur, que les invitan a participar y luego no puede pagarles. Cierra Casa Daros por problemas de financiación. Boicot a la Bienal de la Habana por la censura y retención de la artista Tania Bruguera. Renuncia de Costa Rica a su pabellón en la Bienal de Venecia por problemas económicos (los artistas latinoamericanos del Pabellón de Latinoamérica, tienen que pagar 6.000 euros para exponer). Problemas en la Bienal de Paraguay. Boicot de los artistas a la Bienal de Sao Paulo por el patrocinio de la Embajada de Israel. Esta es la realidad.
Quizás sea mejor mostrar una bienal vacía, sin obras de arte, como símbolo del fracaso. Es lo que hizo el curador Ivo Mesquita en la Bienal de Sao Paulo del 2008. Su desencanto hacia los grandes eventos ha ido aumentando con el paso de los años. Cuando le pregunto acerca de las situaciones citadas, me contesta; “Mercosur: falta de profesionalismo y experiencia (además de educación) del curador en jefe; falta de planificación financiera y logística de los organizadores; falta de un plan B frente a la crisis brasileña, que ya se anunciaba a mediados de 2014. Habana: bueno, pienso que siguen restos estalinistas a pesar de los cambios recientes: censura y violación de derechos. Punto. Casa Daros: mover las colecciones entre Europa y Brasil con la devaluación de la moneda brasileña, ha doblado los costos. Mantener un equipo profesional contratado en Brasil también es muy caro por los impuestos que tienen que pagar, la seguridad social, los derechos de trabajo. Tampoco se habla de los negocios de los Daros en…; Bienal Sao Paulo/boicot a Israel: Otra vez falta de comprensión por parte de la Fundación Bienal (o lo que es hacer una exposición altamente politizada y no saber qué hacer cuando la política real le suena a la puerta)”.
A estas alturas me pregunto por los beneficios de los grandes eventos, enfocados a un espectador foráneo, que tiene tiempo libre y posibilidades de viajar para ver una Bienal. Es decir, de una clase socio-económica acomodada. En estos macro-eventos se instalan miles y miles de obras de arte, y nadie es capaz (por agotamiento físico y mental) de dedicar más de diez segundos a cada pieza. El concepto curatorial se diluye ante tanta obra de arte. Para que lo expuesto sea efectivo, el arte que se muestra es simple, impactante, comprensible por cualquiera, y correcto. Para que un artista pueda cubrir su participación en estos eventos, y además, proponer una obra impactante, si no se usa la imaginación hace falta dinero. Luego los artistas que exponen ahí, son, salvo excepciones, de una clase socio-económica acomodada. Los patrocinadores lo que buscan es que sus eventos tengan récord de asistencia, y que su logo aparezca en cuántos más medios, de más países, mejor. Ni los espectadores, ni los curadores, ni los artistas, y ni mucho menos los patrocinadores parecen preocupados en eventos a menor escala, dedicados a la comunidad local, en proyectos críticos con su entorno, en aspectos relacionados con problemas de clase baja, o en exposiciones con un concepto curatorial coherente.
La artista Coco Fusco, ante la crisis de la Bienal de Mercosur, reflexiona sobre lo ocurrido: “Creo que la situación parte de una crisis más profunda, que tiene que ver con la relación entre las artes y la financiación cultural en Brasil. El mercado del arte brasileño es demasiado dependiente de una muy pequeña élite conservadora, y el gobierno brasileño está encabezado por un partido político con una educación muy populista orientada hacía la plataforma cultural. Hay varias estructuras de impuestos que permiten a las grandes corporaciones donar a cultura y ahorrarse impuestos, pero pueden tirar de los hilos de formas muy intrusivas”.
Es decir; que hay que revisar el papel del apoyo público y privado al arte. ¿Cómo y quién regula esto? ¿Se puede coordinar una plataforma global que analice la financiación de los eventos artísticos? ¿La Biennial Foundation? ¿Seguro? ¿O nos abandonamos a las iniciativas que parten desde los propios artistas, que plantean boicots en los casos que más les afectan personalmente, y a los que no, vía libre? ¿Y a todo esto, los espectadores, qué opinan? Una opción, y perdón por regresar a la tierra, sería que la iniciativa de revisar la financiación pública y privada de un evento artístico surgiera de los profesionales del sector (pues tienen la información y los medios), y a través de una plataforma abierta convocaran y hicieran partícipes del proceso al público, y que dicha organización surgiera en la localidad de alojamiento del evento. Una plataforma universal estaría abocada al perpetuo fracaso.
El artista y curador Luis Camnitzer opta por usar una alegoría para explicar sus conclusiones; “No hay vuelta que darle, la cultura es siempre la Cenicienta sin un príncipe a la vuelta de la esquina. Los gobiernos piensan que es un lujo descartable. Lo identifican con el ocio y en lugar de ayudar a usar el ocio para desarrollar la creatividad lo utilizan secundariamente para fomentar el consumo no creativo, confirmando así que la cultura es un lujo. Por lo tanto, le pasan el fardo a las empresas y filantropías privadas. Éstas se meten para fomentar sus relaciones públicas o el prestigio personal, y cuando se aburren del proyecto, lo dejan caer. Al final las víctimas son los productores culturales y el público, y los financiadores contentos con lo que decidan hacer, ya que no hay rendición de cuentas ni transparencia. En fin, los privados asumen responsabilidades gubernamentales y luego las abandonan porque pueden darse el lujo de no seguirlos, o porque sus márgenes de atención son limitados. Los gobiernos, sin una política cultural clara, se sienten aliviados con que los privados paguen, y cuando todo se derrumba no asumen la responsabilidad que tendrían que haber asumido desde un principio. La Cenicienta no solamente está sin príncipe, sino que deambula sin rumbo en la selva medieval del feudalismo”.
La cenicienta, la cultura, tiene dos hermanastras; la mayor (el apoyo público), y la menor (el patrocinio privado). Y en este cuento, las dos hermanastras acaban siendo malas malísimas. La mayor, que cuando sale a la calle se jacta de apoyar a Cenicienta, cada vez destina menos esfuerzos para que la pobre deje de limpiar los suelos. La menor ni siquiera tiene que fingir, es la consentida. Y desde luego nunca hará nada por la Cenicienta, sin recibir algo mejor a cambio. Ambas se esconden en el armario para tramar acuerdos y alianzas. La hada madrina, la Biennial Foundation, está más preocupada de que existan más eventos, no en su origen o finalidad. Y el príncipe (el público), que no encontró a la perdida cenicienta, acaba buscando su happy end en un burdel (los espacios independientes y alternativos).
Fin.
Originalmente en www.a-desk.org