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31/01/2018EL CEMENTERIO DE LOS NOMBRES OMITIDOS
EL CEMENTERIO DE LOS NOMBRES OMITIDOS
La ausencia cobijada en los cuerpos vacíos de la serie escultórica “Los Olvidados” de Eva Trujillo.
Por Eréndira Damariz Hernández Espinoza
Veinticinco cuerpos errantes integran la serie “Los Olvidados”, como personajes sin nombre, sin rostro, sin gesto; cansados pero serenos, sumergidos en su incapacidad para intercambiar miradas, ciegos con cuerpo de escultura que se agrupan en una charla monótona entre voces enmudecidas.
En piel de cemento, se levantan sobre el suelo los fantasmas numerados de este cementerio del olvido, desfilando en la quietud de sus ecos sosegados; como retratos secos, rígidos e inflados por el vacío.
La joven escultora Eva Trujillo, originaria de la Ciudad de México y egresada de la Licenciatura en Artes Visuales de la UNAM, experimenta con las cualidades estéticas y expresivas de diversos materiales plásticos para evocar el rastro de la ausencia. Así, fusionando textiles, cemento y espuma poliéster, regresa a la vida a “Los Olvidados” una serie de esculturas de dimensiones que van desde 90cm hasta 1.56m de altura, y que encapsulan espacios deshabitados, narrándonos sus penurias con paciente inocencia.
Trujillo crea “Los Olvidados” como Becaria del programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico otorgado por el estado de Querétaro, y es en 2016 cuando concluye esta obra como un tributo a los no reconocidos, a esos hijos de México que fueron silenciados, reducidos a números. Estas piezas están dedicadas a la memoria de todas las historias individuales que se deshumanizaron al convertirse en estadísticas. Estos volúmenes grisáceos, personifican la carencia y se alzan ceremoniosos ante el espectador, haciéndonos una invitación a recordar a los que se perdieron entre las cifras, a los que, como tú o yo o todos nosotros, se volvieron anónimos involuntariamente.
La autora da cuerpo a los personajes de esta serie de esculturas de mediano y gran formato a partir de viejas prendas de vestir cotidianas: pantalones, enaguas, sombreros, gorras, mochilas… prendas que son la única pista que delata la procedencia de estos personajes mágicos y espectrales, y que se convierten en el signo que nos insinúa su clase social, su ocupación, y nos convoca a descifrar sus discursos internos.
Esta ropa usada, evocadora de nostalgia y empapada de los ayeres en los que fungió como la segunda piel de alguien, se transforma en un relato tridimensional en el que, al ser endurecida por el cemento que penetra sus fibras y pliegues, muta y se sublima, volviéndose la investidura que dota de realismo y vida a estos inmortalizados muertos que nos cautivan con una inherente expresividad, que sin manos, ni cara, ni sonrisa se muestran vacíos por dentro, honestos y huecos, cosidos al suelo.
Eva no los engendró de bronce, aluminio o hierro, porque la memoria no se recicla ni se funde. No los pulió de la piedra virgen, ni les dio piel bronceada de barro cocido; los hizo del pasado y de la ausencia que emerge presente en sus contornos, los creó humildes del pesado polvo endurecido por la indiferencia de la urbe, los germinó del gris funesto y frio del cemento.
La artista tampoco los ha bautizado, los ha dejado ante nosotros como huellas de los nombres arrancados, pero les ha regalado un número como único epitafio en cada lápida, y los ha dotado de un corazón de escombros para resistir el mal tiempo. Como guardianes de los ignorados, estos personajes se yerguen contemplando, desde su desierto, como arriban y se van los ojos de los que atestiguamos la existencia de su ausencia perenne.
En un espacio fuera del tiempo, donde convergen generaciones pasadas, presentes y futuras, en el que los dígitos adquieren un cuerpo a nuestra imagen y semejanza; se extiende este recorrido para la remembranza, donde las texturas impecables se leen como las anécdotas de nuestra palma de la mano. Aparecen cuchicheando 16, 17 y 18, 02 se abraza infinitamente al consuelo de su padre, 19 y 20 suspiran buscando tomarse de las manos ausentes, 22 se encoje de hombros mientras 12 intenta animar a 11 quien se seca las lágrimas. Cabizbajos y suspendidos en el tiempo, petrificados en la misma acción que nunca concluye, decepcionados, cansados por la espera eterna de las promesas que jamás se cumplieron.
Niños que juegan sin juguetes, campesinos cabeza de sombrero disecados bajo el sol, mujeres que regresan del mercado con las bolsas vacías: cuerpos encorvados, contando los pasos que no han dado, figuras inertes bailando sin pies, sin son y sin sentido, que se quedaron con los sentidos aprisionados y con el sentimiento en pausa, aferrados a su pedacito de suelo, a su tierra, a su sepulcro.
Estas ausencias esculpidas, deambulan estáticas con la maleta al hombro por las plazas de Querétaro, como deportados de la vida, como viajeros de la nada, despojados de su nombre como inmigrantes de la soledad, aferrados a sus únicas pertenencias que son sus siluetas, vagando para encontrar en nuestra memoria el hogar del que fueron desterrados cuando les arrebataron el nombre.
Resignados a la espera perpetua, estos caparazones humanos de cemento se mantienen firmes y resistentes; son la resistencia de México encarnada por los cuerpos de obreros que se rehúsan a ser olvidados, y que en su marcha, van cubriendo su miseria con trapos endurecidos, pero destapando los huecos de sus entrañas para que, los que vamos a su encuentro, los llenemos con nuestra mirada y nos refugiemos en lo más profundo de este muro de lamentos anónimos, para descubrir nuestros propios gritos ahogados.
Se quedan quietos, expuestos ante los ojos que los contemplan, guardando un minuto infinito de silencio, impotentes pero con la ilusión de que alguno de nosotros, en un acto de valentía, se atreva a sustituir el número por un nombre, un apellido o un recuerdo; esperanzados en que alguien se ponga en sus zapatos desaparecidos y le extienda una mano amiga al hueco de sus mangas.
Sobre Querétaro se extiende el cementerio de los nombres omitidos, de los inmortales muertos, de los solemnes seres grises de Eva Trujillo. Se aparecen penando por las calles como fantasmas solidificados, invaden las banquetas y van escurriendo las lágrimas cristalizadas que corren por entre las grietas de sus sueños apagados. Son almas sin lugar y sin tiempo, son la colección de ausencias de México que se postran suplicando con la inexistencia de sus manos que, al menos por un día, alguien se acuerde de los olvidados.
Eréndira Damariz Hernández Espinoza
Agosto 2017
Mira el dossier https://www.circuloa.com/los-olvidados-eva-trujillo/
Damariz Hernández Espinoza Nacida en 1990 en Guadalajara, Jalisco, México. Es egresada de la Licenciatura en Artes Escénicas para la Expresión Dancística con énfasis en Danza Contemporánea de la Universidad de Guadalajara, así como del Bachillerato en Arte y Humanidades del INBA. En 2012 estudia en la Universidad Distriital Fco. José de Caldas en Colombia, como becaria del estímulo CUMEX- Santander para movilidad internacional en la Academia Superior de Artes de Bogotá. En 2015 realiza un año de estudios de semiótica, psicoanálisis e investigación cultural en el CECBA. Ha participado en diversos laboratorios de escritura, entre ellos “Laboratorio de la Mirada” impartido por Eleno Guzmán. Con más de 11 años de experiencia en el campo de las artes, se ha desempeñado principalmente como bailarina, coreógrafa, docente y actualmente es coordinadora del festival internacional de videoarte y videodanza Muestra Movimiento Audiovisual. Su trabajo artístico se caracteriza por ser versátil y navegar hacia la interdisciplina. Su obra ha sido presentada en diversos municipios del estado de Jalisco y en Nayarit, así como en Colombia y Cuba. Es una completa apasionada de las artes, las letras y la investigación. |
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