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23/05/2016EL ODIO AL MUSEO Y CÓMO SE CONSTRUYE. UN TEXTO DE JEANNINE DIEGO
Para el ojo no iniciado y a juzgar por la cantidad de niños y jóvenes de edad escolar que cualquier domingo pululan las salas de los museos de la Ciudad de México, puede parecer que existe en este sector de la población un atípico interés por la cultura y el arte. Los más conocedores (no tanto de museos, sino de la idiosincrasia nacional), sin embargo, saben que no muy lejos de estos jóvenes, se encuentran siempre las mamás, copiando información de las cédulas para asegurarse de que sus hijos «cumplan» con la tarea asignada por la escuela de visitar la exposición.
Y así es como el sistema educativo mexicano va cultivando el rechazo. Así como sucede con la lectura, desde temprana edad, los niños aprenden que las visitas a los museos son parte de una maquinaria de arbitrariedades inútiles que sus maestros se ven obligados a imponerles, otra tediosa tarea que cumplir.
De modo paradójico, una vez que estos mismos niños se convierten en adultos, son objeto de una maquinaria que si bien opera en el sentido idéntico, niega su eidos anterior. Como si el rechazo hacia los museos por parte del grueso de la población no fuera el producto directo de una política de educación pública anacrónica, el Estado persiste en su fin, sin darse cuenta de que el daño que pretende revertir lo ha provocado el mismo Estado, consciente sin embargo de que el adulto mexicano promedio sólo se acerca al museo con el objetivo de encontrar un baño limpio y gratuito.
Los museos de México en su mayoría, ya sean históricos, antropológicos o de arte, no parecen haberse percatado de que, gracias a la tecnología digital, casi cualquiera desde la comodidad de su casa tiene acceso a información amplia y de calidad. La propuesta clásica en la que insisten muchos de los espacios museísticos rara vez refleja un esfuerzo por cortejar a los visitantes no conversos. Como señala el museólogo mexicano Felipe Lacouture, citado por Carlos Vázquez Olvera en su artículo para la revista Cuicuilco: «Han transcurrido 20 años y seguimos con la parcelación de la realidad en unidades ultraespecializadas y sin fomentar la participación de las comunidades para detentar y desarrollar su propio patrimonio». Se presume no sólo un interés, sino un nivel de conocimiento. Cédulas con información como «Máscara. Cultura Fang, Gabón. Siglo XIX. Madera», le aportan muy poco a la mayor parte de la humanidad. Si bien es cierto que los visitantes apenas registran lo que ven, su (falta de) interés es proporcional al de los museos en seducirlos.
En 2005, el artista británico Bansky colocó en el British Museum una apócrifa pintura rupestre que muestra a un hombre empujando un carrito de supermercado. La cédula (bastante más explicativa que las cédulas de, por ejemplo, el Museo Nacional de Antropología de México) decía: «Hombre primitivo de camino al coto de caza… Este finamente preservado ejemplar de arte primitivo data de la era Pos-Catatónica… El artista, conocido por su apodo, Banskymus Maximus, creó un corpus de trabajo que abarca todo el sudeste de Inglaterra, aunque no se sabe mucho más acerca de él. Por desgracia, la gran parte de este tipo de obras no ha sobrevivido. En su mayoría fueron destruidas por fanáticos funcionarios municipales que no reconocen el mérito y valor histórico de embadurnar las paredes». Pasaron dos días antes de que alguien (incluido el personal del museo) notara la presencia de la pieza.
Sólo en la Ciudad de México, hay arriba de 3 millones (ver) de niños en las escuelas públicas de educación básica, media y media-superior, que son obligados a acudir a los museos (el total de visitantes mexicanos al MNA, el museo visitado del país, es cerca de 2 millones 380 mil por año, según datos publicados por Milenio En este diálogo de sordos, en el que los museos mexicanos cuentan con un flujo garantizado y constante de visitantes que a su vez acuden porque su desempeño escolar depende de ello, no tienen motivación alguna para desarrollar estrategias para atraer a personas que ni siquiera se ruborizan al admitir su rechazo hacia los recintos culturales y artísticos.
El fenómeno ha dado pie a iniciativas paralelas o adyacentes como, por ejemplo, Alas y Raíces, programa gubernamental que ha asumido durante los últimos 20 años, entre otras, la labor heroica de dinamizar la experiencia museística para niños, a través de un sinfín de visitas guiadas, conciertos, cuenta cuentos, talleres, espectáculos y demás actividades artístico-lúdicas. Si bien estos esfuerzos constituyen un importante contrarresto a la instituida política de la creación del rechazo promovida desde las aulas (públicas, habría que aclarar, ya que la mayor parte de las escuelas particulares ni a eso llegan), el contenido de los museos sigue siendo el mismo; el museo como tal no ha cambiado. Es decir, bajo esta dinámica, existe la posibilidad de que no sea el museo en sí el que atrae a un público joven, sino las actividades de cierto modo indirectas. Lo cual obliga enseguida a la pregunta: ¿Acudirían, acaso, esas mismas familias a los museos, de no ser por las actividades satelitales? ¿No sería lo mismo suponer que un espectáculo de pirotecnia en una biblioteca tendría el efecto de crear lectores? ¿Y, qué de los adultos? ¿Aquellos niños que hoy se benefician de estas iniciativas artístico-lúdicas, se convertirán acaso en adultos que acuden por voluntad propia y sin anzuelos a los museos? ¿Qué razón, además, tendrían para hacerlo, cuando «Máscara. Cultura Fang, Gabón. Siglo XIX. Madera»?
¿Qué razón tendrían cuando la tecnología digital nos lo trae todo en una bandeja de bytes… sin la necesidad de transportarnos, de batallar con filas, con multitudes, con el costo de la entrada, con la mirada impertinente de los guardias de seguridad, etcétera?
En Staying Away: Why People Choose Not To Visit Museums, un artículo publicado en la era pre-Internet (1983) en la revista Museum News, Marilyn G. Hood señala que la revisión de 60 años de la literatura acerca de estudios de museografía, ciencias del ocio, sociología, psicología y hábitos de consumo, identificó seis motivaciones principales detrás de la elección de las actividades de ocio entre adultos: la interacción social; la realización de algo que valga la pena; sentirse cómodo en un entorno; el desafío de una nueva experiencia; la oportunidad de aprender algo nuevo; la participación activa. Aún así, existen grandes diferencias en cuanto a estas motivaciones, entre los tres grupos de visitantes identificados por Hood: los frecuentes (3 o más visitas al año), los ocasionales (menos de 3 visitas al año) y los no-participativos (casi el 50 por ciento de los visitantes, con menos de una visita al año). En un estudio llevado a cabo en Toledo, Ohio, Estados Unidos, y al que se refiera la autora, se encontró que las actividades museísticas diseñadas para las familias (es decir, que incluyen dinámicas para niños), resultan más atractivas para los visitantes no-participativos (mismos que lo mismo podrían optar por hacer un picnic o ir al zoológico, que visitar un museo y que seguramente no repetirán su visita). Mientras tanto, las políticas de los museos tienden a enfocarse en la población compuesto por los visitantes frecuentes.
Los museos hoy tienen el reto adicional de competir con todo aquello que en 1983 ni siquiera se divisaba. Según un estudio publicado ya desde 2007 en el Audience Knowledge Digest , los museos enfrentan la necesidad de modificar su modus operandi, mismo que a la fecha sigue aferrado a una programación preestablecida que se lleva a cabo en localidades establecidas y en horarios fijos, mientras que si pretenden retener a sus visitantes, se verán obligados a diseñar experiencias personalizadas, de alta calidad y sobre todo reales, que invitan al público a dialogar, colaborar y hasta coproducir.
Como señala Clare Brown, Directora del Master of Arts in Exhibition Design del Corcoran School of the Arts and Design de la Universidad George Washington, en su reflexión sobre el tema del futuro de los museos: «El impacto social es «lo de hoy» en lo referente al lugar que ocupan los museos como agentes del cambio social. Desde la revitalización de los barrios que habitan, hasta su papel como foros para el diálogo alrededor de los temas de mayor coyuntura de nuestros tiempos, los museos ya no son simples espectadores o «testigos de la historia», sino que se están convirtiendo en una voz y una fuerza que da forma al futuro de nuestra sociedad. Los museos buscan crear experiencias emocionales que inspiren a los visitantes a actuar. Las metodologías inspiradas en la narración de historias como la Curva Inzovu, están moviendo a los visitantes de la empatía a la compasión y hacia la acción. La experiencia museística con un enfoque emocional no se limitará a presentar los hechos, sino que ofrecerá oportunidades y fomentará la participación proactiva de los visitantes, en el mundo que los rodea».
Jeannine Diego es escritora y diseñadora de moda. Publica en varios medios y además alimenta una revista bilingüe para papás y mamás que saben que hay un mundo más allá de los cólicos de los bebés: https://greeneggsmag. |