LOS VISITANTES INCÓMODOS DEL MUSEO. Un texto de Jeannine Diego

MODOS DE VER DE JOHN BERGER
15/04/2016
Diplomado en fotografía artística contemporánea, organiza Node Center
17/04/2016
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LOS VISITANTES INCÓMODOS DEL MUSEO. Un texto de Jeannine Diego

Obra: Noche estrellada Vincent Van Gogh

Foto: Josh Staiger CC

Las galerías y los museos de todo el mundo están cortejando a la población de menos de 10 años. Han proliferado las exposiciones interactivas, los talleres, las actividades diseñadas especialmente para menores. Tanto la Tate Modern como El Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, entre otros, ofrecen exposiciones que son «amigables» para niños y propone maneras de recorrer las exposiciones con ellos. It’s OK to talk at Tate! (¡Sí se puede hablar en la Tate!) reza un slogan de la galería dirigido a ese sector de la población. Los niños entran gratis a muchos de los grandes museos del mundo, con el fin de incentivar su visita. Para los papás y mamás amantes de los museos, se trata de un acierto por demás bienvenido.

Sin embargo, personas como el artista británico Jake Chapman creen que llevar a los niños a los museos no es sólo «una pérdida de tiempo» y una molestia para los demás visitantes, sino que los padres de estos niños pecan de arrogancia al tratar de introducir a los pequeños a una experiencia que no está diseñada para ellos. El controversial artista fue citado por el periódico británico The Independent, mediante el cual declaró que esperar que un niño entienda la complejidad de una obra como la de Jackson Pollock o Mark Rothko, es «tan estúpido como un niño», ya que los «niños aún no son humanos».

Mientras que varias personalidades del medio como Anthony Gormley y Stephen Deuchar reaccionaron de inmediato a las declaraciones trumpeanas de Chapman, saltando a la defensa de la práctica de acudir con niños a las galerías y los museos, el periodista Niru Ratnam respondió a los comentarios con su propia dosis de ironía en su artículo para The Spectator: «Estos puntos de vista se equivocan por completo. Acudir con los hijos a ver arte moderno y contemporáneo, como yo mismo lo hago con regularidad, es una manera importante de demostrar mi superioridad cultural en relación a las masas; pero hay maneras muy específicas de lograrlo. Escojo las exposiciones más taquilleras de la Tate Modern y, utilizando mi tarjeta de membrecía, evito hacer colas que me rebajarían al estatus de turista, intruso o alguien que toma su visita como una ocasión especial».

Obra: Grupo CoBra

Foto: Alix Gillard CC

El crítico de arte y autor Julian Spalding declaró en una entrevista publicada en BBC.com que «La labor de una galería de arte es intensificar la conciencia visual. […] Idealmente, las galerías necesitan crear una […] concha visual de modo que el arte dentro de estos espacios pueda tener su máximo efecto». Spalding no niega que los niños sean capaces de apreciar lo que ofrece un espacio museístico, pero advierte: «Correr como loco no es mirar. Además de que es molesto para los demás».

El año pasado, se volvió viral el caso de un niño taiwanés que, al tropezar, rasgó una pintura italiana del siglo XVII valuada en 1.5 millones de dólares, en el Huashan Creative Park de Taipei, acontecimiento que atizó la discusión sobre los niños y los museos. Si bien el caso parecería aportar a la idea de que los museos no son aptos para niños pequeños, cabe mencionar que los casos más sonados de este tipo de accidentes han involucrado a adultos.

En 2006, un hombre tropezó y destrozó tres floreros chinos de la dinastía Qing, que llevaban 40 años en los estantes del Museo Fitzwilliam de la Universidad de Cambrige. En ese mismo año, el magnate  Steve Wynn rasgó su propio Picasso titulado «Le Reve», al darle un codazo a la pintura valuada en ese entonces en 40 millones de dólares. En 2010, una mujer rasgó otro Picasso, «El actor», después de perder el equilibrio en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

Mientras que los accidentes son ineludibles, a la fecha no se ha sabido de un niño que deliberadamente dañe una obra de arte en un museo o galería, mientras que ha habido más de un adulto involucrado en el vandalismo intencional de piezas valiosas. En 1990, un hombre holandés deliberadamente roció una pintura de Rembrandt con ácido sulfúrico y, en 2014, un artista de la Florida destruyó una pieza de Ai Weiwei a modo de protesta por la falta de cobertura por parte del Pérez Museum de Miami, de artistas locales.

Aunque los argumentos en contra de los museos como espacios aptos para niños no se tratan únicamente del peligro que representa para la integridad física de las obras de arte. Más bien, el tema no es tanto el peligro real que representa la presencia de pequeños y ruidosos seres de pasos inestables en estos espacios, sino el peligro percibido. Estamos acostumbrados a asociar con la imagen de un niño pequeño, nociones que en un espacio museístico son casi apocalípticas: los accidentes, las manchas, el ruido, el desorden, el caos.

Lo cual me trae al curioso caso de una pieza interactiva sugerentemente titulada “Ya veremos cómo todo reverbera” (2012), de Carlos Amorales. Compuesta de címbalos que cuelgan del techo a la Alexander Calder, estuvo expuesta hace un par de años en el Museo Rufino Tamayo como parte de «Germinal», la exposición individual del artista mexicano. De modo más reciente, la instalación formó parte de la exposición colectiva «Bajo un mismo sol» en el Museo Jumex. Al espectador se le convoca a interactuar con la pieza, al tocar los címbalos con unas baquetas de cabeza de bola de fieltro colocadas al alcance de los visitantes. La pieza, según los textos explicativos, versa sobre el potencial del caos para generar la transformación radical y la eventual armonía.

A ambas exposiciones acudí con mi hija quien, en la época de «Germinal» en el Museo Tamayo, contaba con 3 años apenas cumplidos. En el caso de la exposición del Museo Jumex, contaba ya con 5, diferencia que no afectó en absoluto su embelesamiento con la pieza y su ímpetu al «interactuar» con ella. Fue inevitable percibir «cómo todo reverberó» alrededor de ella cuando tomó las baquetas en sus manos para provocar aquello explícitamente sugerido por la pieza. Si bien no golpeó los címbalos con violencia, tampoco lo hizo con el toque de una concertista experimentada.

Amorales Cimbalos

Carlos Amorales Instalación de tres móviles colgantes con címbalos Acero, cobre y pintura epoxi

Aunque estoy más que acostumbrada a las expresiones de pánico mudo en los rostros del personal de vigilancia cuando entro a una sala con mi hija, esto fue especialmente gratificante. Los guardas se vieron visiblemente confundidos, inquietos, listos para intervenir pero sin saber en qué momento, hasta qué punto o siquiera si debían hacerlo. Después de todo, la pieza misma era una provocación. Sobre decir que no alcanzamos la «transformación radical», sino apenas la tensa atmósfera de un caos en potencia y por ende la contradicción inherente a la experiencia. La «armonía» llegó, imagino, en el momento en que se desmontó la exposición, para tranquilidad de los guardias.

Como reacción a la idea de que los niños deben de acudir únicamente a los espacios museísticos creados especialmente para ellos, el periodista cultural Nico Kos Earle, quien dejó de acudir a las galerías parisinas con sus hijos debido a la actitud reprobatoria hacia su familia, dijo en entrevista con BBC.com que «el respeto y la capacidad de adaptarse a distintos ambientes, es una lección importante para los niños» y añade que «no hay nada tan efectivo para alejar a un niño del arte, que un padre que se la pasa censurándolo, o que la actitud de reproche del personal [de una galería]».

Al observar las prácticas del arte contemporáneo de nuestros días, en cuyo discurso figura no con poca frecuencia la confrontación, lo alterno, la ruptura con las zonas de confort, resulta interesante ver cómo muchos de los museos y las galerías—y quizá muchos de sus visitantes—se aferran a un modelo convencional de la experiencia museística.

Cuando nos referimos a lo que provoca la otredad viva, vital, de un niño dentro de un museo, también estamos hablando del sinnúmero de otredades que se encuentran típicamente si bien tácitamente excluidas de estos espacios, pero que no por ello dejan de acudir: personas con discapacidades, o bien, con «capacidades distintas»: los autistas, los sordos, los ciegos, las personas con Alzheimer, con Parkinson, por mencionar sólo algunos.

Jeannine Diego es escritora y diseñadora de moda. Publica en varios medios y además alimenta una revista bilingüe para papás y mamás que saben que hay un mundo más allá de los cólicos de los bebés: https://greeneggsmag.wordpress.com/  y https://huevosverdes.wordpress.com/

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